En la ciudad de Burgos, vivía un hombre que se llamaba Álvaro. Álvaro era alto, de pelo castaño y con los ojos marrones. Era alegre, divertido, simpático y siempre intentaba ayudar a los demás. Solía vestir muy de traje con camisas de cuadros, corbatas rojas y con chaquetas y pantalones elegantes. Le gustaba cantar, jugar a las cartas e ir al cine.

Se podía decir que Álvaro era un hombre perfecto, pero no era así, tenía un problema, siempre llegaba tarde a la oficina. Todos los días era lo mismo, el despertador sonaba tarde, desayunaba rápido, se vestía rápido, corría hasta llegar a la oficina, y cuando llegaba, su jefe le echaba la bronca.
— Esto no puede seguir así.
Repetía Álvaro una y otra vez.
Un día, al llegar de la oficina Álvaro se quedó mirando el reloj un buen rato, y después de media hora mirando el reloj exclamo:
— ¡Claro! Cogeré minutos y horas del reloj, me los meteré en el bolsillo y así tendré tiempo suficiente para ir a la oficina.

Álvaro estaba muy contento pues había encontrado una solución. Pero sintió pena por las demás personas que seguirían llegando tarde, y como era muy buena persona dijo;
— ¡Ya sé! Montaré un pequeño puesto y venderé el tiempo, así, nadie llegará tarde a ningún lado.

A la mañana siguiente como Álvaro dijo, montó un puesto donde vendía tiempo, con un cartel con letras de color naranja que ponía: SE VENDE TIEMPO.
La gente cuando pasaba miraban a Álvaro con cara muy extraña, pero a él, le daba igual. Por allí, pasó un hombre que tenía mucha prisa por llegar a una reunión de trabajo.
— ¡Que tarde es! - decía.
El hombre vio el puesto y pensó que era una broma pero por probar no pasaba nada.
— ¿Es aquí donde se vende tiempo? - preguntó el hombre.
— Si, aquí es, ¿cuánto tiempo quiere comprar? - contestó Álvaro.

— Un cuarto de hora - contestó el hombre.
— Bien, son un cuarto de euro - dijo.
— ¿ Un cuarto de euro? Tome, un euro, y quédese con las vueltas.
Así, que el hombre metió su tiempo en el bolsillo y fue a la oficina. Cuando llegó, no había nadie en la sala de reuniones. El hombre miró enfadado su bolsillo y dijo:
— Que tonto he sido. ¡Me han timado! Lo del tiempo era mentira, y ahora, ya habrá acabado la reunión y el jefe me despedirá.
En ese momento el jefe llegó a la sala de reuniones y dijo asombrado:
— ¡Hombre Gómez! Ha sido el primero que ha llegado a la oficina.
— ¿De verdad? - preguntó el hombre.
— Si, y así me gusta - contestó.
El hombre no se lo podía creer.¡Había llegado pronto! Así, que empezó a contárselo a los demás. Al principio no le creía nadie, pero luego, cuando fueron a comprobar si era verdad lo que decía, no daban crédito a lo que pasaba.¡Era cierto!

Entonces unas personas se lo decían a otras, y así el puesto de Álvaro se convirtió en una tienda, y la tienda se convirtió en unos grandes almacenes donde vendían bollos de segundos, lámparas de horas, sofás de minutos...
Es decir, que entre minutos y horas Álvaro se había convertido en el hombre más rico y afortunado del mundo. Un día Álvaro fue a buscar más tiempo, pero había un problema, ¡ya no quedaba más! Fue preguntando por todas las casas pero la respuesta era la misma, no.

— Tengo que hacer algo. Porque si no, no habrá horas en el mundo y no podremos saber que hora es - decía Álvaro.
En ese momento Álvaro vio un gran cartel con letras moradas que decía:¿ Tiene un problema y no sabes que hacer? ¿ Te gustaría que se solucionara por arte de magia? Ven a visitar al "Mago Soluciones" siempre tiene una solución. Su oficina está en el Espolón nº 14.
Álvaro se quedó muy impresionado, y decidió ir a ver al Mago. Cuando llegó a su oficina vio al Mago Soluciones, tenía una barba blanca que le llegaba hasta la barriga, y vestía con un traje morado. Era bajo, con los ojos azules y con las mejillas rojas. Parecía simpático, amable y con buen sentido del humor.

— ¿ Cual es tu problema? - preguntó el mago.
Álvaro le contó todo lo sucedido.
— ¿ Que puedo hacer? - preguntó Álvaro.
— El tiempo no puedes hacer que llegue, tienes que esperar que llegue. Si llegabas tarde a la oficina no era culpa del tiempo, era tuya - contestó.
— Es verdad, tienes razón. ¿ Que voy hacer? - preguntó.
— Nada. Las horas y los minutos irán volviendo poco a poco a los relojes. Pero recuerda, hay que aprovechar hasta el menor segundo de tu vida - contestó el Mago.
— Gracias - dijo Álvaro.

Y así fue, poco a poco el tiempo fue volviendo a los relojes, primero volvieron los segundos, luego los minutos, después las horas y al final los días. Álvaro ya no llega tarde a la oficina, y desde ese día, todos los habitantes aprovechan hasta el menor segundo del día.


Beatriz M. 5º E. P.
2º Premio, XVII Certamen Escolar de cuentos "Las Candelas" patrocinado por el Ayuntamiento de Burgos

 

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